Powered By Blogger

miércoles, 11 de enero de 2012

Esa sensación de que nunca le vas a importar a nadie por mucho que hagas. De que siempre, toda tu vida, vas a ser un incordio para los demás. Esa sensación de que no vas a encontrar nunca a nadie que te entienda, que te apoye o que te aprecie aunque sea un poquito...
Cuando hablas con alguien de esta sensación, su respuesta suele ser siempre la misma.
''Todos hemos pasado por eso.'', queriéndole quitar importancia.
Toda esa gente, si de verdad lo han pasado deberían apoyar a quienes estamos pasando por ello ahora, y no tomarlo como una tontería.
No es fácil, y ellos deberían saberlo.
Sensación de salto al vacío, felicidad al vuelo, miedo a estrellarse.

miércoles, 4 de enero de 2012

Imagínate, un acuario, un acuario cilíndrico. Un pez dorado dentro, hundido en medio de su océano. Ha tocado fondo y ha levantado un poco de arena, creando una pequeña nube. El pez se siente muy triste y solo en la pecera. Se choca continuamente, con la sensación de que es una barrera invisible, que le impide avanzar y comunicarse con los demás...Lo que nunca se le ocurre, es mirar hacia arriba y ver que hay un agujero circular en su océano, por donde puede salir. Y una vez lo hace, de repente se encuentra con un océano enorme, con más peces, algunos diferentes a él, muuuuuuuuchos diferentes a él. Pero también algún que otro ejemplar igual que él. La cuestión es darte cuenta que nosotros no somos más que peces, encerrados durante cierta etapa de nuestra vida en un acuario que nos oprime y quita el oxígeno.
A medida crecemos y tenemos la sensación de qué es cada vez más estrecho. Basta con salirnos de él una vez para comprobar que no, no estamos solos.

martes, 3 de enero de 2012

Y entonces entré en contacto con el agua. El agua más helada que había sentido nunca mi piel.
Y tras acostumbrarme al agua helada, que fue cosa de unos 3, o quizá 4 minutos, cogí mi botella de vodka, y le pegué un primer trago.
[Él me quiere.]
Sonó el teléfono, no sabía quién era, aunque podía imaginármelo, y realmente, me daba igual. Sería él, supongo. Querría preguntarme con quien estaba, que había hecho con mi vida. Como siempre. Y, tras pensar tal cosa, le pegué un segundo trago a la botella que tenía en las manos.
[Yo le quiero.]
El teléfono había dejado de sonar, para, 4 segundos después, empezar de nuevo. Podría ser algo grave, pero no me importaba. Tercer trago.
[¿Qué debo hacer?]
Me coloqué la botella entre las piernas, cogí mi móvil y lo apagué. Me sumergí en el agua durante todo el tiempo que pude, y, después, nada más salir, pegué el cuarto trago.
[¿Creerle? ¿Debo creerle?]
Cogí el móvil de nuevo, lo encendí, y abrí mi lista de reproducción. Necesitaba relajarme, pero, ¿cómo? Después de todo… No sabía ni cómo podía seguir viva. Y no sé si me alegraba de estarlo, pero, bueno, lo estaba. Quinto trago, el más largo de todos.
[¿Debo hacer caso a mi corazón?]
No sabía que debía hacer en ese momento, así que, no hice nada. Me quedé allí, helada.